Un proyecto social para fomentar la convivencia entre culturas a través de la cocina.
Hace ya casi una década, cuando otra crisis sistémica nos azotaba, un grupo de ciudadanos decidió echarse a la calle para ayudar a la gente sin hogar. Felipe y Raúl, dos vecinos del barrio, llegaron a la plaza de Tirso de Molina de Madrid dispuestos a abrigar a los que más frío tenían…
…y al día siguiente volvieron, y poco a poco fueron contagiando a otros vecinos para llevar más calor a esa plaza tan emblemática del barrio de Lavapiés. Por allí apareció entonces María Ángeles, para llevar un poco de comida que había cocinado con cariño en su casa. Y aquello que iba para unos días se convirtió en una iniciativa que aún perdura. María Ángeles sigue visitando todos los lunes la plaza, a sus 80 años, para llevar esas cenas que calientan algo más que los estómagos vacíos de decenas de personas invisibles.
Nueve años después, más de 100 voluntarios no solo siguen proporcionando 200 raciones diarias de comida, ropa e higiene desde el número 20 de la calle Olmo, sino que escuchan a las personas más vulnerables, visibilizan el problema de la desigualdad por falta de recursos y les ofrecen ayuda psicológica y jurídica o cursos para fomentar su incorporación al mercado laboral y a programas de vivienda.
Una de esas voluntarias es Saray, técnica en prevención de riesgos laborales que un día se asomó a la ventana de su casa y se interesó por lo que estaba ocurriendo en la plaza. Ahora saca tiempo todos los martes y jueves para seguir tejiendo red en esa comunidad mientras le ayuda a crecer como persona: «Desde que estoy aquí me siento mejor conmigo misma. Está al alcance de nuestra mano poder ayudar, con un ratito que tengas, con un pequeño gesto ya aportas y estás construyendo un mundo un poquito mejor para todos», nos cuenta.
Lucas es músico y artesano y también es voluntario en Plaza Solidaria, pero él tiene otra historia emocionante que contar. Empezó viniendo a pedir y hoy es de los que da: «Así como esto me ayudó a mí, yo pongo todo de mí para ayudar a los demás», así de sencillo e inspirador.
O como Fátima, que domina 10 dialectos y es la que se comunica, entrega lo números y pone orden en la cola de reparto todos los días: «Yo sé los problemas de toda la gente que viene por aquí y por eso ayudo. Y ayudar no es solo dinero. Se puede dar una sonrisa, una caricia y un abrazo, acompañar a una señora mayor, ayudar a traducir, donar ropa…»
Saray, Lucas o Fátima son parte de esa plaza abierta, anónima y ciudadana dispuesta a ayudar sin poner condiciones, sin importar tiempo disponible, raza, religión o clases social. Esa comunidad a la que todos nos podríamos sumar.
¿Te animas?